CADA DOMINGO A LAS 10:30 AM

Hace dos años mi querida madre tuvo un infarto cerebral producto de una fuerte emoción negativa causada por algunos malos miembros de la familia. Producto de ello, tiene hasta la fecha y creo ya de forma definitiva medio cuerpo paralizado, que la hace totalmente una persona dependiente. Ella vive sus últimos tiempos bajo la protección de sus hijos y nietos.

Cada domingo a las 10:30 am la llevo infaltablemente a escuchar la santa misa. Cuando llego a su casa, ella ya está lista para salir; mis hermanitas la han puesto hermosa y la han peinado y perfumado bien. Bajarla en su silla de ruedas del segundo piso donde vive es un espectáculo. Todos los sobrinos quienes se creen musculosos colaboran mientras las mujeres observan preocupadas y atentas dirigiendo cada paso que damos en las escaleras. Mi madre como una reina mira con admiración a todo el batallón que la desciende. Una vez en la puerta de la calle, ella levanta su manita derecha para despedirse de todos y se va conmigo, sólo conmigo, recorriendo algunas cuadras donde se encuentra el templo más cercano. Yo empujando su silla la contemplo con ternura y amor cuando ella mira las calles y parte del parque  que tenemos que cruzar. Llegamos al templo y escuchamos la misa como en los viejos tiempos; cuando niños ella nos llevaba junto a mi padre y los ocho hermanos. Recuerdo que sentía un poco de vergüenza cuando en el momento de la consagración y nosotros de rodillas, sentíamos cerca a nuestros oídos una voz que pareciera que era sólo para nosotros pero que escuchaban todos los feligreses:  “Santo, Santo eres Señor Dios de las alturas…Dios mío, Dios mío, en vuestra infinita misericordia yo confío”. Ahora soy yo quien le repite esas palabras muy cerca a ella y no puedo controlar a mis manos que pasan y repasan por su cabeza y sus hombros para acariciarla en todo momento. Sentado a su lado mientras prosigue la santa misa, siento una emoción indescriptible al tocar y acariciar sus santas manos que tanto hicieron por sus hijos y besar esas manos y mejillas arrugadas por el tiempo que aún conservan su calor, es para mí una bendición. Al retornar a casa nos quedamos unos minutos en el parque, le encanta el helado y haciendo tertulia pasamos unos momentos felices recordando pasajes de su vida que en algunas ocasiones me sorprende por su buena memoria. ¡Cuántas cosas nuevas sigo aprendiendo de ella en esos escasos minutos! ¡Cuántas recomendaciones y consejos sigo recibiendo de ella con su voz suave que casi no la escucho y aprovecho para pegar mi rostro al de ella! Mi cita con la mujer que más adoro en este mundo es cada domingo a partir de las 10:30 de la mañana y no me la puedo perder.

Ayer madre de ocho hijos, hoy es hija de 2 papás y 4 mamás: nosotros sus hijos que aún vivimos.

El día que partas a los infinitos madre querida, nos dejarás con la tranquilidad de haberte dado todo nuestro cariño y amor en vida. Gracias Dios mío por darnos a los hijos la oportunidad de cuidar y proteger a nuestra querida madre hasta los últimos segundos de su preciosa vida.

Jóvenes estudiantes, “El día de la Madre debe ser cada día; y  el regalo más grande para ella no es algo material, es sencillamente la demostración permanente de amor  en vida”