Todos los padres sentimos cariño y orgullo por nuestros hijos. Estoy convencido que el amor de los padres a los hijos es el único amor que jamás se apaga, ni siquiera disminuye; es decir, matemáticamente hablando, ese amor, la de padres a hijos es una “función constante” que no se apaga hasta el fin de nuestros días. Y digo que estoy convencido que es el único amor que no disminuye, porque se sabe por ejemplo de muchos casos en los que malos hijos olvidan y abandonan a sus padres, y si los olvidan o abandonan es porque los han dejado de amar.
Hoy comparto con profunda emoción y admiración, unas líneas dedicadas esta vez a mi primogénito, a quien lo llamaré en este artículo “Mi primogénito el Maestro”. Y digo con profunda emoción y admiración porque siento grata emoción cuando hablo con él o de él; asimismo admiro su calidad de persona humana y su calidad profesional, ya que es un verdadero maestro.
“Mi Primogénito el Maestro” al concluir sus estudios secundarios decidió estudiar la carrera de Ingeniería Mecánica en la universidad nacional del Callao. Paralelamente dictaba clases particulares de matemática a alumnos del nivel secundario y universitario, luego, aun estudiando, pasó a trabajar en un colegio. Todo iba muy bien hasta que muy próximo a culminar su carrera de ingeniería me sorprendió con una noticia que lo recibí con mucha pena. Me dijo que ya no deseaba culminar su carrera porque deseaba estudiar para profesor de matemática. Traté de persuadirlo para que culmine sus estudios de ingeniería, pero me pidió que lo comprendiera y le conceda mi permiso. Definitivamente quería ser maestro como su padre. No tuve otra alternativa que aceptar y apoyar su solicitud, con la condición que todos los gastos de sus estudios los tendría que asumir él. Postuló e ingresó a una universidad privada, pagó íntegramente sus estudios, mientras tanto yo aún aturdido, pensaba sobre el largo camino que tendría que recorrer en su nueva carrera; sin embargo los años pasaron aceleradamente y muy pronto se graduó como profesor de matemática y Física. Mi incomodidad por el cambio, fue desvaneciéndose a medida que mi “Primogénito el Maestro” lograba triunfos, felicitaciones y ascensos, en cada uno de los colegios por donde pasaba. Comencé a disfrutar de sus alegrías, de sus experiencias y logros. Muy pronto hizo una primera maestría graduándose como Master en “Asesoría Familiar” y luego llegó el momento más emocionante de mi vida. Decidimos estudiar juntos una maestría en Educación. A quienes son padres les pregunto: ¿pueden imaginar esa gran experiencia que me tocó vivir junto a mi “Primogénito el Maestro”?. Durante nuestros estudios de Post Grado trabajamos juntos nuestra investigación, requisito para lograr el Grado de Magister. Hasta que llegó el gran día. Frente a un auditorio repleto de asistentes y en medio del fuego cruzado de las preguntas de los jurados, padre e hijo sustentamos exitosamente nuestra Tesis optando de este modo el Grado de Magister en Educación con mención en docencia y gestión educativa. Un mes después celebrábamos juntos en familia nuestra graduación.
Mi “Primogénito el Maestro”, es admirado y muy bien reconocido en su actual centro de trabajo; su labor se extiende incluso al asesoramiento de las familias. La fe sembrada en su corazón lo sabe compartir con los que necesitan de ese alimento espiritual, Profesionalmente es competente en su especialidad y disfrutamos juntos nuestras experiencias como docentes universitarios. Siento como maestro que mi capacidad de servicio a los jóvenes adolescentes de nuestra patria se ha reforzado con tan solo pensar que tengo el gran apoyo permanente de mi “Primogénito el Maestro”, garantizando el cumplimiento de nuestra misión de formar personas de bien, que sepan comportarse como seres libres, con virtudes y con responsabilidad.
Hoy siento orgullo supremo por mi “Primogénito el Maestro”, porque en el permanente compartir que tenemos me ha tocado ya no enseñarle, sino aprender mucho de él. Me siento bendecido porque el Señor ha sido inmerecidamente generoso conmigo. Mi “Primogénito el Maestro”, ya comenzó a cosechar triunfos y reconocimientos.
Finalmente, me siento feliz y en paz conmigo mismo porque mi “Primogénito el Maestro” estoy seguro que cubrirá ampliamente el vacío que algún día deje cuando me vaya para siempre. Te amo querido hijo.