MÉTODO «MACHETE»

n los años 70, iniciando  mi carrera docente, tuve la satisfacción de trabajar en el Colegio Nacional Mixto de Ancón, hoy conocido como la Institución educativa “Carlos Gutiérrez Merino”, en homenaje al buen director que tuvo este colegio en aquellos tiempos. Una de las  anécdotas curiosas que recuerdo de mi paso por Ancón fue aquello que lo bauticé con el nombre de “Método Machete”. En un verano, estando en la playa invitado por mi amigo y excelente maestro Manuel Vélez Amaya,  pude observar un método singular y espectacular para aprender a nadar. Un hombre alto y fornido de piel bien tostada, daba órdenes de calentamiento a un grupo de niños entre 5 y 6 añitos.

Este hombre rudo era pescador, pero durante el verano trabajaba como profesor de natación de los niños que veraneaban en dicho balneario. Lo conocían con el nombre de Machete y era muy querido y respetado; Manuel Vélez me contaba que Machete siempre ganaba en las competencias de natación desde Santa Rosa hasta Ancón. El tal Machete, subió al muelle luego del calentamiento en la arena; le seguían tras él los niños quienes no tenían la menor idea de la experiencia que vivirían en seguida. En sus mentes infantiles probablemente se dibujaba la ilusión de aprender a nadar y nada más. -¡Formar en columna de uno!- les dijo con voz tosca y un tanto ronca, y los llevó hasta el borde del muelle, luego cargó al primero y sin que tenga reacción alguna lo lanzó al mar donde evidentemente estaba su ayudante quien sólo observaba que el niño flotara con la reacción natural del instinto de conservación, moviendo desesperadamente piernas y brazos, logrando finalmente flotar. La segunda que era mujercita y el resto  de la formación que habían observado el primer lanzamiento, quisieron escapar. Sus vocecitas eran desesperantes y desgarradoras, mientras trataban de huir,  Machete las atrapaba: ¡!No Machete, nooo, por favor no,  Macheteeeeeee¡! Y ya estaban volando por los aires para caer en el mar y comenzar a agitar los brazos y piernas bajo la atenta mirada del ayudante que sólo pudo intervenir en dos o tres ocasiones. Cuando los niños salían del agua, sus caritas  reflejaban una confusión entre susto y alegría porque al fin y al cabo aprendieron a mantenerse a flote en la primera clase.

A esta experiencia  la bauticé como el “Método Machete”. ¡Cuántas cosas habremos aprendido todos nosotros con este método! Recuerdo por ejemplo que en un festival de canto en el Colegio San Norberto, invité a subir al estrado a un alumno de quien sabía que tenía muy buena voz pero que nunca quiso participar, lo invité para que me ayudara a sostener algunos diplomas. Una vez en el escenario lo presenté para que nos interpretara una canción. No tuvo escapatoria y cantó; todo el mundo lo aplaudió. De allí en adelante ya no tuvo reparos para participar en todas las  ceremonias. Lancé a mi alumno al mar humano mientras probablemente decía noooooo. Pero aprendió a participar  gracias al “Método Machete”. Ustedes traten de recordar algún aprendizaje que tuvieron sin quererlo y podrán descubrir que más de una vez les aplicaron, o se aplicaron ustedes mismos, el empírico pero efectivo “Método Machete”.