(Distrito de la provincia de Aija – Ancash )
¡Juanita… despierta a los chicos, que ya van a ser las 12 de la noche; los caballos ya están listos! – escuché gritar con su característica voz ronca y fuerte a mi abuelito a quien le decíamos “papá Shipico”. Era un viernes 30 de marzo, yo tenía 9 años y mis vacaciones de la escuela en Huaraz habían culminado, esas hermosas vacaciones que junto con mis hermanos pasábamos en nuestro querido Coris; debíamos regresar a Huaraz para iniciar el primero de abril nuestro nuevo año escolar. Esa noche era lóbrega ya que el cielo estaba nublado y felizmente la lluvia había cesado desde que comenzó en la tarde; sin embargo, yo estaba despierto, no pude conciliar el sueño pensando con tristeza mi pronta partida, dejando a mi abuelita mamá Paulinita a quien la adorábamos, dejar a mis amiguitos con quienes jugábamos y paseábamos todos los días por el campo, por “Tuctún” la chacra de mi papá Panchito, por “Cóchoas” el gran cerro protector de Coris, por “Huanchín Cerro” que es una roca inmensa de granito teñido de un color casi anaranjado que le da el musgo especial que crece sobre ella y “Rambrash” chacra de mi papá Shipico. Salíamos armados con nuestras hondas hechas con ligas de cámaras de llanta. Todo ello me llenaba de mucha pena y tristeza; además no dormí porque, aunque la noche era lóbrega y no había luz eléctrica en aquel entonces, por una rendija de la ventana de mi dormitorio que daba a la plaza, se veía iluminada por decenas de velas en la procesión del Santo Sepulcro de la Semana Santa.
Mi querida mamita, la mamá Juanita ingresó apurada a nuestro dormitorio y nos dijo – a levantarse chicos porque en 10 minutos salimos; abríguense bien – El viaje de retorno a Huaraz era en dos etapas: la primera a caballo hasta las minas de Huínac; la segunda etapa era en camión desde Huínac hasta Huaraz. En ese entonces el único que hacía servicio de transporte era don Shishico con su camión marca Ford de los años 40 que tenía como nombre “El lorito”
Antes de subir a los caballos esa noche del Viernes Santo, comenzaba la triste despedida, nos prendíamos de mamá Paulinita llorando y sin querer soltarnos de ella quien nos consolaba muy serena y con mucho cariño diciéndonos que tenemos que seguir estudiando para ser mañana más tarde “hombres y mujeres de bien”, frase que hoy en día lo utilizo en mi carrera de maestro tomando como meta en la educación y formación de mis estudiantes secundarios y universitarios; ya que si llegan a ser hombres y mujeres de bien, sus hijos, y los hijos de sus hijos también lo serán, para formar una nueva sociedad más justa y solidaria.
Antes de las 12 de la noche, subíamos a los caballos mirando a mamá Paulinita con la iluminación tenue de las linternas a kerosene, con su carita triste pero serena. Pasado muchos años nos enteramos que una vez que partíamos de la casa de Coris, Paulinita recién se ponía a llorar desconsoladamente.
En ese viaje de retorno viajamos mis hermanas Juanita y Chavita, mi hermanito mayor Max y yo. Doris y Benjita, qué suerte de ellos, se quedaron a estudiar en Coris. Mi querido papá Panchito que se encontraba delicado de salud, no viajó en aquella oportunidad; por lo tanto, mamá Juanita era la comandante del pelotón, extraordinaria jinete, montaba la hermosa yegua que era nuestra; mi mamita le puso el nombre “Canela” la cual, de todos los caballos que parió, recuerdo con claridad a dos de sus crías: “El Moro” uno de los mejores caballos de Coris que se lo vendieron a mi papá Shipico y el otro que lo llamamos el “Rojo” que era muy liso ya que mordía a los desconocidos y a los niños como nosotros. En este último cabalgaba Chavita y a mí, me toco el caballo que se alquiló a don Eleodoro Torres; era un bonito caballo gringo, pero bien trotón; mi hermana Juanita iba con la mula de mi abuelita Filomena mamá de papá Panchito; Maco o Max, mi querido hermano mayor que hoy descansa en paz, era el apoyo de mamá Juanita y viajaba a pie, cuidando que la carga que se trasladaba en 4 burros no se ladeara y cayera.
Pasamos Állaca, que era así como un barrio siendo la entrada o salida de Coris, desde donde se podía oír aun, el canto melancólico de las señoras que acompañaban la procesión del Santo Sepulcro, se escuchaba también los ladridos de los perros en el supuesto silencio de la noche en la que nada se podía ver; confiábamos en la orientación de las acémilas que conocían a la perfección todo el camino; pasamos el Caserío Vista Alegre, la Hacienda de Marqui, luego Huranway donde los caballos se ponían nerviosos por los perros que los perseguían haciendo difícil su paso con sus constantes ladridos; y llegamos a Almizcle, otra hacienda que más o menos era la mitad de nuestro recorrido. Allí teníamos que cruzar el río que estaba cargado por las lluvias, pero los caballos a paso lento cruzaban y el agua nos llegaba casi hasta los pies. Estábamos en plena puna donde sólo se escuchaba el ruido del río que llevaba piedras por la fuerza de su caudal; teníamos los pies entumecidos por el frío y el sueño nos vencía, eran casi las 4 de la mañana. Mi hermanito Max iba junto a nosotros cuidando que no nos durmiéramos porque podíamos caer del caballo. Recuerdo que nos decía que si el sueño nos vencía le avisáramos; según él, conocía una planta que crecía en la puna y era efectiva contra el sueño. Yo le dije que tenía mucho sueño – no te preocupes – me dijo. Aquí está esa plantita mágica, y acercándose a mí, me pasaba por los ojos una sustancia algo grasosa que me hacía arder. Luego descubrí que la plantita mágica de la que hablaba era Mentholatum, que efectivamente untando en mis ojos y en la de mis hermanas, la picazón y el ardor no nos dejaba dormir.
La subida eterna de la puna termina en las lagunas de Yancu, muy cerca de las minas de Huínac, donde el Lorito nos esperaba a todos los que viajábamos a Huaraz. Viajar toda la noche en caballo y en todo el frío de la puna era una aventura muy difícil y sacrificada. Una vez subidos al camión “El Lorito”, ya podíamos dormir, pero, resistiendo otro viaje largo a causa del mal estado de la carretera por efecto de las lluvias y los volquetes que trasportaban el mineral de Huínac a Huaraz. Y así se completaba el viaje de retorno a la ciudad de Huaraz donde estudié la primaria y secundaria completa.
Ese viaje sacrificado de ida y vuelta a nuestro querido Coris no nos amilanaba en absoluto a toda mi familia y estoy seguro a ninguna otra familia corisina que radicaba en Huaraz. todos los corisinos quienes estudiábamos en Huaraz, apenas llegaba las vacaciones de medio año y de fin de año, ya estábamos en el carro de don Shishico desde las 3 de la mañana para salir rumbo a Coris a pasar las más hermosas vacaciones de nuestra niñez y adolescencia. Llegando a Huínac, último paradero del camión, no nos interesaba si estaban o no las acémilas, porque de inmediato emprendíamos el viaje a pie con la ilusión de estar lo más pronto posible en nuestra tierra bendita llamada Coris.