En el agasajo por el día de la madre ofrecido a las mamás docentes de la Universidad César Vallejo, fue invitado un sacerdote quien antes de bendecir los alimentos pidió que leyeran un poema que trajo. Previamente hizo una introducción que motivó a todos a escuchar con mucha atención. Nos dijo que el autor era un filósofo no cristiano llamado Jean Paul Sartre, quien vivió los efectos de la segunda guerra mundial en un campo de concentración. Todos sus compañeros en la prisión sabían que Jean Paul, era el hombre más culto; por ello le pidieron que hiciera una poesía dedicada a la Virgen María, con ocasión de la Navidad. Jean Paul Sartre aun siendo no cristiano aceptó y luego de unos días les entregó su maravillosa creación. Este es el poema del filósofo no cristiano, a mí me pareció admirable y por ello lo comparto y someto a vuestro veredicto:
“Lo que habría que pintar sobre el rostro de María es una admiración ansiosa, pues Cristo es su hijo, la carne de su carne y el fruto de sus entrañas.
Ella lo llevó nueve meses, le da su pecho, y su leche se vuelve la sangre de Dios.
Lo estrecha entre sus brazos diciéndole “mi hijito”; pero en otros se queda desconcertada pensando: “Dios está allí”.
Todas las madres quedan por momentos sobrecogidas ante ese fragmento rebelde de su carne que es su propio hijo,
Ante esta vida nueva hecha con su vida y que está habitada por pensamientos ajenos.
Pero ningún hijo fue más radicalmente arrancado de su madre pues es Dios,
Y supera todo lo que ella puede imaginar.
Hay también otros momentos fugaces en que María siente que Cristo es su hijo, su pequeño, y a la vez que es Dios; lo mira y piensa: Este Dios es mi hijo, esta carne divina es mi carne; está hecho de mí, tiene mis ojos y la misma forma de mi boca. ¡Se me parece!
Y ninguna mujer ha tenido así a su Dios, para ella sola, un Dios pequeñito al que pueda estrechar en sus brazos y cubrir con sus besos; Un Dios cariñoso que sonríe y respira, Un Dios que se puede acariciar.
Si yo fuera pintor, así pintaría yo a María”.