Nunca me he podido explicar cómo llegué a elegir la docencia habiendo tantas otras formas mucho más sencillas de ganarse el pan; sin presiones, sin horas rígidas, sin golpes bajos ni injustos excesos de justicia. Durante mi adolescencia pensaba ser de
todo: Ingeniero, médico, militar, administrador, Economista, o finalmente viajar al extranjero, pero nunca pensé llegar a ser profesor. No sé si a todos los profesores les pasa lo que a mí; pues en algunos cursos de capacitación es usual la pregunta que se nos hace: ¿Por qué escogiste ser profesor?; entonces la mayoría guardamos silencio como diciendo por favor no me hagan esa pregunta. Será que ¿tampoco saben por qué eligieron esa carrera?. En esos momentos me gustaría que esa pregunta la cambiaran; que me pregunten por ejemplo: ¿Cómo te sientes hoy al ejercer la docencia?, entonces me faltarían palabras para responder, y comenzaría diciendo “me siento feliz, completamente feliz”, y doy gracias a Dios por haberme permitido ejercer el magisterio mediante el cual, el contacto permanente con mis alumnos alimenta mi espíritu para hacerles llegar a ellos no sólo pequeños conocimientos de mi área que es la matemática, sino fundamentalmente para moldearlos como seres humanos, y como personas con valores. Me siento feliz de ejercer mi profesión, pero más que un profesor anhelo llegar a ser un maestro, como lo fue la madre de mi querida madre. Hago el esfuerzo y deseo ser un maestro en todo momento y para cada uno
de mis alumnos adolescentes. Cada mañana antes de llegar al colegio ya estoy pensando en ellos. Y en el camino, busco ideas para centrar su atención antes del inicio de mi clase de matemática y así lograr que ellos se sientan bien y aprovechen la lección del día.
Siento felicidad porque comparto con ellos sus penas y alegrías, sus problemas y sus triunfos. Siento felicidad al ver dibujada una sonrisa en sus rostros producto de mis bromas; también siento felicidad de tener el consentimiento de darles una buena
llamada de atención cuando están en falta; a veces cuando soy un tanto duro en mis llamadas de atención me siento feliz de disculparme y abrazarlos fuerte; me siento feliz porque hacemos música y hacemos deporte en cualquier lugar y circunstancia. No creo que haya una profesión que brinde mayores satisfacciones que el de un maestro, puesto que nuestro material de trabajo es humano y divino. Muchas veces disfruto en silencio los éxitos de mis alumnos de hoy y de ayer. Como maestro tengo el privilegio de saber que todos quienes triunfan en la vida pasaron primero por nosotros. Me considero el más afortunado de todos los trabajadores, porque si un médico contribuye a traer vida al mundo en un momento espectacularmente mágico, yo puedo ver renacer esa vida todos los días que comparto con ellos. Soy feliz porque estoy convencido que si comparto mis
clases con amor y verdad, lo que construyo en ellos durará para siempre. Me siento feliz porque todos los días estoy dispuesto a lidiar contra todo tipo de presión y negatividad de alumnos y también de otros maestros. Estoy siempre dispuesto a pelear contra el miedo, el conformismo, los prejuicios, la ignorancia, la envidia y la apatía. Me siento feliz porque estoy en las aulas desde los 18 años de edad y por tanto tengo un pasado lleno de gratos recuerdos, y tengo mi presente sumamente exigente pero
también divertido.
Culmino este artículo con las palabras escritas por el maestro Mario López Barreto en 1989: “El buen sembrador, como dice la parábola, no se preocupa porque toda su semilla fructifique, pues con algunas de ellas que lo hagan, garantizarán el éxito de
la cosecha y la permanencia de la especie. En esas semillas permaneceré yo también, una vez que deje de ser maestro para siempre…Por esas semillas no moriré”.