SOY UNA MUCHANCHINA

En el año 2007, los alumnos del 3ro de secundaria del colegio Libertador San Martín de San Borja-Lima- Perú,

publicaron su periódico mural en el día del maestro y me invitaron
especialmente a dar el visto bueno de su trabajo. Fue para mí una sorpresa muy
agradable al encontrar un artículo titulado “Soy una muchanchina”, haciendo
alusión a la expresión que con cariño siempre he usado para nombrarlos a ellos
en su conjunto, ya que al ingresar al aula a menudo les decía: ¡Buenos días mis
queridos muchanchines”. María Cristina Salgado, una alumna destacada y
desenvuelta, a quien siempre consideré como una alumna y amiga, es la autora del
artículo que viene a continuación, y que luego de 4 años decidí finalmente publicarlo.

Al margen de las expresiones de halago a mi persona, motivo por el cual lo mantuve en reserva, notarán ustedes la capacidad de una buena redacción de una señorita que en ese momento era una adolescente inquieta y traviesa del 3ro de secundaria. Gracias Mac por este lindo y bello recuerdo que cada vez que puedo leerlo, me traslado imaginariamente a todo ese grupo humano de tu promoción, inquietos y movidos pero que finalmente pudiste conducirlos sin romper la unidad ejemplar gracias a tu liderazgo.

SOY UNA MUCHANCHINA

Por Mc Salgado.

Desde que llegué acá, hace 9 años, descubrí que no me gustaba el colegio. No me gustaban los horarios, ni que me digan a qué hora debía comer y a qué hora ir al baño. No me entraba en la cabeza cómo podían reorganizar  mi vida a su gusto, y cómo aún así, se suponía que debería de disfrutar el colegio.

No me gustaban, por consiguiente, las asignaturas, y nunca discriminé: Odiaba a todas por igual, sea historia, matemática, ciencias naturales o geografía. (claro que al entrar en secundaria, educación física ocupó un lugar  muy importante en mi corazón).

Pero volvamos al pasado “primarioso”: Las mañanas del 97 y 98 eran luchas interminables con tal de no ir al colegio, donde me podía sujetar de las rejas de mi casa o intentaba que me de gripe crónica. (cosa que nunca existió, y que hasta ahora intento  inventar). El tiempo pasó, como muchas otras cosas, y poco a poco comencé a entender cuál era el fin de todos esos horarios
(que hasta el día de hoy me incomodan), y cuál era el propósito de una subdirección con dos suspensiones.

Llegó la secundaria, casi sin darme cuenta. Y aunque cambiaron menos cosas de las que esperaba (pensaba que maduraríamos…), los profesores que antes veía con extrañeza desde el aula de tercer grado de primaria, estaban, con un poco más de canas (caso contrario, con un poco menos de pelo). Pero hubo un profesor que captó la atención de nuestro salón. Edgar – así pide que lo llamen- llegó a la clase, cantando y saltando. Un ejemplo…yo nunca llegué así a una clase, y muchos de los “muchanchines” de Castillo, que también estudian en mi salón, desconocían esa entrada.

Con zapatos bien lustrados y una camisa impecable, empieza a hacer lo que mejor he visto que él ha podido hacer: Dar una clase. “Buenos días muchanchines”, dice con energía, y una oleada de alumnos semidormidos por el frío invernal se levantan, como una ola humana. Edgar pide que nos sentemos, y todos lo hacemos. “Mi querida Zoilita me habrá traído mi atún?” dice en tono de juego, y el acento dictatorial innecesario que podríamos estar esperando, parece ser algo inalcanzable y absurdo, producto de nuestro amigo Edgar. Hay gritos en su clase, pero solo mínimos y necesarios. No hay anotaciones, ni insultos. Edgar Castillo, aliado de la perseverancia y de la dinámica, ha venido con un amigo hoy: Un elefante. Saber que pasará en sus clases es casi tan impredecible como saber con qué canción nos saboteará la concentración en un examen –es broma profe, nos gustan sus canciones-. Edgar Castillo sabe lo que hace, y aunque parezca este escrito un halago en búsqueda de una nota, no hay nada más alejado. Edgar nos ofrece, diariamente, un profesor, un maestro, un amigo, un sabio, un niño, alguien que se tomará una foto si encuentra una cámara en su carpeta y te pedirá, después de posar para el flash, que la guardes, alguien que como sabe poner en orden a 35 muchanchines, y alguien que sabe reírse a carcajada suelta cuando le pida un minuto al profesor de la siguiente hora. Pero Edgar no sólo sabe de matemática…,más de una vez nos cuenta trozos de su vida, de todas sus facetas, nos cuenta del dolor que hay afuera, en el mundo en la calle, en las guerras, nos enseña qué tenedor  usar si es que nos lleva a la Rosa Náutica, nos cuenta del ingenio peruano, anécdotas familiares, de su vida fuera de Lima, de su juventud, de sus inventos y experiencias, y a veces, para identificarse con la juventud de hormonas revueltas, también nos cuenta de la vecina “power” o
“fuerte”. Mil cosas distintas, de mil temas distintos, en una sola clase. Tengo la suerte y el privilegio de poder escribir esto en una computadora, y mientras escribo esto, desde mi casa (aún mas suerte) Alonso me habla desde el Messenger, y le digo ¿Sangre, qué piensas de Castillo?, y aunque no me guste hablar de terceros con otras personas (y no lo suelo hacer) la respuesta que me da Alonso es la misma que esperaba, y el mismo mensaje que intento dar yo; Alonso (U) mi vida dice: “Pucha, creo que es chévere, y sabe llevar la clase, osea que no es aburrido, además que se lleva bien con todos…a veces fastidia, pero es para ayudarnos, le interesa que aprendamos su curso y nos apoya cuando necesitamos algo, a veces se cierra en su posición, pero sólo eso”. Mis dudas son disipadas, y llego a la conclusión de que no soy la única persona que disfruta de ser un muchanchín del genial Edgar.

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